Con estas palabras, frase, título o pensamiento quisiera comenzar mi segunda entrada del blog, como homenaje a mi padre, el mejor cultivador, persona y padre que uno pueda imaginar.
Esta frase la creó él allá por los años 60 como slogan de su furgoneta, una DKW S-800 de dos tiempos que usaba como combustible gasolina mezclada con aceite, que tenía que mezclar en una regadera dando vueltas con un palo. Si tenía problemas para subir una cuesta debido a su escasa potencia (solo tenia dos cilindros, 800cc y 35CV), más problemas tenía aún al bajalas, pues como se decía entonces se le calentaban los frenos (no tenían servofreno, ni discos) y no había manera de hacerla parar.
Recuerdo el primer viaje que hice yo solo con aquel furgón, tendría por aquel entonces unos 19 años, con la furgoneta llena de Cyclamen para Villamiranda (Pamplona). Cuando llegué no pude ni ayudar a descargar la primera caja, pues tenía tal estrés y cansancio que lo único que quería era tirarme bajo un árbol para descansar y recuperarme para el viaje de vuelta.
Sin embargo la frase como tal no es mero marketing, ni incita a comprar o consumir, sino que es una filosofía de vida. "Que bella la vida con flores", ¿acaso no es esta la pura realidad?
Vemos que una tienda de venta de muebles por muy buenos y bonitos que éstos sean, mientras no les pongan unas plantas o unas flores, no transmiten calidez, elegancia, categoria ni siquiera vida o algún tipo de sentimiento hogareño.
¿Qué es de una mesa supuestamente bien puesta, con una vajilla de la Cartuja de Sevilla, un mantel de encaje, candelabros de plata y sus deliciosos platos tan bien presentados si no los acompaña o preside un elegante centro de plantas o un jarrón de cristal con un precioso ramo de flores?
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