19 mar 2012

Rebeca, la niña florista del mercado

Rebeca era una niña que tenía el pelo rubio como el trigo, con una piel blanca y fina, con unos ojitos alegres y azules como el cielo, era hija de una viuda que a su vez tenía otros dos hijitos muy pequeños. La madre no podía trabajar, pues estaba muy malita y además de atender a los dos pequeñines, tenía que llevar la casa, hacer la comida, lavar la ropa y atender un par de gallinas y conejos que tenían en el patio, por lo que Rebeca tenía que salir todos los días muy temprano al bosque a buscar flores para venderlas a continuación en el mercado y así poder comprar comida para toda la familia, además de las medicinas para su madre.

Un día, nada mas amanecer y encontrándose ya la niña en el bosque, pasó una anciana y parándose ésta ante la niña la suplico con voz temblorosa: "Hola niña preciosa, no tendrás algo para darme? dinero o comida, pues llevo ya muchos días de camino y varios sin probar comida". La niña que nunca llevaba dinero, ni siquiera algo para comer o poder ofrecer a la anciana, la contestó que no podía darla nada, pero que no se preocupase, pues la podía acompañar al mercado, y allí esperase a que vendiese todas las flores y así luego podría compartir con ella el beneficio, dándola algo de comer.
Llegando ya la media tarde y poco antes de anochecer había vendido prácticamente todas sus flores y para que no se hiciese más tarde, compró dos panes, un queso, un racimo de uvas y una medida de leche. Con su alegría habitual por haber vendido las flores y haber podido comprar la comida, buscó a la anciana que agotada estaba sentada en un banco de piedra cerca del caño donde solo había podido beber algo de agua fresca, pues nadie la daba nada.
Tras acariciarla con cariño la cabeza la ofreció un pan, medio queso y la medida entera de leche. La anciana con gesto cansado la dijo que no podía aceptar toda esa comida, ya que ella también tendría que comer y además llevar el resto a su familia, que quizás lo necesitasen más que ella. Rebeca entre palabras cariñosas y bromas la convenció, diciéndola que ella era joven y fuerte y que mañana podría volver a vender más flores pero que ella, ya anciana y débil no podría hacerlo.
A eso la anciana aceptó con una suave y dulce sonrisa, dándola como regalo por tan bella y gentil acción una bolsita de cuero repleta de pequeñas, redondas y negras semillas diciéndola a continuación: "Toma estas semillas, que eran de mi jardín, siémbralas esta noche cuando la luna esté en lo más alto, riégalas a continuación y metete en la cama sin mas dilación". Luego se levantó, dio un beso a la niña en la mejilla y tras darla nuevamente las gracias se fue caminando con lentos y cansados paso, camino adelante.

Al día siguiente, como todos los días se levantó la niña a la salida del sol para preparar el desayuno a toda la familia, darle la medicina a su madre y despertar a sus hermanitos, saliendo a continuación al patio con intención de regar nuevamente las semillas que le dio la anciana y plantó la noche anterior. Cual fue su sorpresa cuando vio que en los macizos que ayer había sembrado brotaban las flores más preciosas y espectaculares que jamás hubiese visto, siendo a cual más bonita y con las formas y colores más insospechados. Asombrada, pero a la vez contenta y feliz, cortó tantas flores como le cupieron en la cesta de mimbre y corriendo fue a venderlas al mercado como todos los días.
Tal fue el éxito que tuvo, que cada día vendía más y más flores y llegando a casa, cuantas más flores cortaba, más flores brotaban. Así fue como poco a poco fue sacando a su familia adelante alquilando primero y comprando después un local junto al mercado donde primero vendía las flores, luego empezó a preparar ramos y terminó haciendo preciosos y espectaculares arreglos y centros florales.
Este fue el comienzo y la creación de la primera "tienda de flores" del mundo, allá por el no se cuantos, en no se qué pueblito del reino de no me acuerdo. Y todos los días cuando se levantaba Rebeca al amanecer y al acostarse rezaba en agradecimiento y gratitud por aquella anciana que no volvió a ver jamás y que la dio aquella bolsita de cuero, con aquellas misteriosas semillitas negras redondas y pequeñitas.


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