Una tras otra iban sonando las nueve campanadas del viejo reloj de pared. -A la cama niños, son las nueve. ¿Os habéis cepillado los dientes?-. Les pregunto su madre. -¡Sí!-, gritó Walter, uno de los dos hermanos, que corriendo al salón iban canturreando la siguiente canción:
-Abuelo, cuéntanos un cuento,
aunque solo trate de un terrible tormento
y que solo dure su lectura un momento,
pues así dormiré como cada día, feliz y contento-.
El abuelo sonriendo contesta:
-De acuerdo niños,
de piratas o de astronautas,
de ladrones o leones,
o quizás un relato breve,
como el de aquel niño que se perdió en la nieve.
Aunque tampoco estaría mal inventar una poesía
que cuente los quehaceres de cada día.
Bueno, de acuerdo te contaré uno cada día,
unos oídos en las charlas del bar al medio día,
algunos inventados, otros soñados
y los demás, simplemente copiados.
Pero luego a dormir,
que mañana al cole descansados habéis de ir.
Así es que después del cuento escuchar,
hasta diez has de contar,
y luego los ojos has de cerrar.
¿De acuerdo? ¡Pues venga! Un beso y a la cama,
que el sueño el cuerpo sana.
Hans Klobuznik.
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